El fundamento del mindfulness es volver al presente. Volver al presente tal como lo captan nuestros sentidos y sensaciones corporales… Volver, ¿de dónde?: volver de la realidad virtual en la que estamos la mayor parte del tiempo. Porque la mayor parte del tiempo estamos más atentos a las fantasías que proyectamos, a los recuerdos y a las anticipaciones, que a lo que realmente estamos haciendo y que a lo que está ocurriendo ante nosotros. ¿Y por qué habría que volver? ¿tan malo es pensar? ¿por qué renunciar a recrearnos en las fantasías y sueños de futuro y en los mejores recuerdos de nuestra vida? ¿cómo vamos a dejar de repetir errores sin rememorar? ¿cómo vamos a lograr nuestras metas si no planificamos? Obviamente, no se propone algo tan absurdo como renunciar a pensar.
“La meditación no es para mí. No puedo estar veinte minutos con la mente en blanco. No puedo evitar que me vengan pensamientos ni puedo controlarlos y hacerlos desaparecer”. En todos los cursos de introducción a la práctica de mindfulness se oye algo similar en las primeras sesiones. Por más que se explique que no se trata de eso: que no hay que evitar, controlar o parar los pensamientos, ni tampoco analizarlos o cambiarlos por otros. No. Se trata de que aprendamos a relacionarnos de otra manera con ellos: darles espacio, obsérvalos y déjalos ir. Una forma de relación que nos libera de patrones perjudiciales.
A medida que profundizamos en la práctica de la meditación, desarrollamos la habilidad de volvernos conscientes de nuestros pensamientos. Poco a poco nos vamos dando cuenta de que no es necesario creer a pies juntillas que lo que pensamos sea “la verdad, lo real”; nos damos cuenta de que los pensamientos son reales en tanto que pensamientos, pero que no siempre son verdaderos ni importantes, es más, la mayor parte de las veces, no lo son y los tomamos como si lo fueran. Y lo que es peor, solemos tomar como importantes y ciertos aquellos que, no siéndolo, tienen además un carácter negativo. Son pensamientos que no nos favorecen –no nos abren a la creatividad, a la confianza, a la amabilidad-, al contrario, nos bloquean en zonas incómodas archiconocidas de las que no conseguimos salir… precisamente porque no dejamos de dar vueltas y vueltas dentro de su perímetro.
Vivimos, muchas veces en una suerte de celda mental, sin darnos cuenta de que estamos en una especie de trance, sin darnos cuenta de la brisa del mar, del frescor del agua en nuestros pies, del calor del sol en nuestra espalda, del graznido de las gaviotas, de la fuerza de nuestras piernas en cada zancada. Claro que sabemos que es sábado, que hace un tiempo magnífico y que estamos paseando por la playa; lo sabemos, pero no lo estamos viviendo con plena conciencia. Somos conscientes, a medias. Como mucho, a medias. A medias, porque de repente, te despiertas de esa especie de trance, y te das cuenta de que has estado pensando todo el tiempo mientras paseabas en lo que ella te dijo, en lo que le dijiste, en lo que debiste decirle y en lo que le dirás la próxima vez que la veas. O en que no has hecho esto o lo otro esta semana y se te ha quedado pendiente para la próxima y a ver cómo te las arreglas para encajarlo todo. O en que… no es suficiente, o es demasiado, o ya es tarde o aun no es el momento… has paseado la mayor parte desconectada, aislada, encerrada en tu mente. Sobre todo si hay algo que te inquieta, te enoja o te pone triste. Al lado de un mar y bajo un cielo espléndidos y luminosos, encerrada en la oscura celda de tu mente.
Cuentan que Harry Houdini, el maestro del escapismo, famoso por conseguir salir de cualquier celda en la que se le encerrase vistiendo una camisa de fuerza y cadenas en torno a su cuerpo, en una ocasión, en un pequeño pueblo irlandés… no lo consiguió. Aunque logró desatarse de la camisa y las cadenas, no pudo salir de la celda porque no logró abrir el candado. Cuando se dio por vencido, preguntó a quien le había encerrado qué tipo de cerradura tan especial había empleado. La respuesta no pudo ser más desconcertante: dando por sentado que Houdini hacía saltar cualquier cerradura, simplemente no la cerró con llave. Houdini había estado forcejeando para salir cuando realmente tenía la puerta abierta, y él mismo se bloqueaba la salida.
Como el gran mago, a veces somos nosotros los que inconscientemente, nos quedamos presos de nuestras creencias. Limitamos nuestra perspectiva, nos tensamos y empezamos a cavilar para resolver, controlar, cambiar… a veces creando entre cavilación y cavilación el problema. Siempre me ha encantado la historia del vecino y el martillo que cuenta Watzlawick en El arte de amargarse la vida:
Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno. Así pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el martillo. Pero le asalta una duda:
¿Qué? ¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenía prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mí. ¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como éste le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo.
Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir «buenos días», nuestro hombre le grita furioso:
¡Quédese usted con su martillo, so penco!
Si nos pasamos la mayor parte del día pre-ocupados, inconscientes de todo lo que no sea pasar y repasar por los mismos argumentos, estamos especializándonos en vivir en la preocupación y en la inconsciencia. La neurociencia lo ha demostrado: las neuronas que se activan juntas permanecen juntas. En relación con el pensamiento y las creencias, esto quiere decir que mientras más pensamos en algo, más se afirma en nuestra realidad y más profunda es la conexión neuronal que sustenta el aprendizaje de dicha creencia. Las tendencias de pensamiento se pueden aprender y dicho aprendizaje fortalecerse, y llega un momento en que ni nos damos cuenta de que los pensamientos y las creencias, por muy nuestras que sean, no son la realidad.
Un pensamiento sobre una cosa, no es la cosa, es una representación de la cosa, jamás absolutamente fiel a la realidad. Pero nosotros reaccionamos emocional y físicamente como si nuestros pensamientos fueran la realidad. Si me recreo pensando en la paella que me espera al final de mi paseo, puede que salive como el perro de Pavlov ante una fantasía. Si pienso una y otra vez que mi vecino es un zopenco al que le caigo mal, mi cuerpo, el ceño de mi frente y mi voz se tensarán sólo con ver que el ascensor se abre en su rellano y le diré que se meta el martillo por dónde le quepa. El pensamiento puede que no sea verdad, pero genera sensaciones, emociones que sí que lo son.
Y tú, ¿qué pensamientos practicas? ¿eres del estilo todo el mundo es feliz menos yo, mira que verde está el césped de la casa de al lado? ¿O más bien le das vueltas a lo que pasa contigo, con creencias del tipo no soy bastante X o Y o Z, o no seré capaz, seguro que acabo fastidiándolo, o si me conocieran bien, no me querrían? Aunque también es posible que lo que repasas una y otra vez son máximas tan estimulantes como todos los hombres/mujeres son iguales, que pueden ir más allá si añades como colofón… no te puedes fiar de ellos En fin, la variedad es inmensa, pero una idea que oí hace tiempo a alguien muy querido, todavía me tiene perpleja: a mi lo que me preocupa es no preocuparme, eso si que es un comodín que sirve igual para un roto y para un descosido.
Puede que esas creencias fueran programadas a muy temprana edad por tu familia o por la cultura, y que tú te lo hayas repetido durante tanto tiempo que ya son un hábito con el que te identificas. Como el pececito que en medio del océano le pregunta al compañero qué es eso que llaman agua. En cualquier caso, este tipo de pensamientos que nuestra mente rumia sin cesar con el intento de deshacernos de males habidos y por haber, con los que nos identificamos, y que tan a menudo nos separan de la vida real, pueden crear una verdadera adición.
Todo comenzó muy inocentemente. Comencé a pensar durante las fiestas. Para soltarme un poco. Eventualmente, un pensamiento le siguió al otro, y me convertí en algo más que un pensador social. Comencé incluso a pensar solo, me decía que era para relajarme, pero en el fondo sabía que no era verdad. Empecé a pensar más y más, hasta pensar todo el tiempo. Entonces, cuando está tocando fondo, vi un anuncio que decía “Amigo, el pensar de forma empedernida te está arruinando la vida.” Era un cartel de Pensadores Anónimos. Ahí empezó mi salvación.
Las creencias e ideas rígidas son una simplificación de la realidad que en algún momento pudieron haber sido útil para algo, pero que ahora, son un hábito, un largo y profundo hábito que nos limita y esclaviza. Lo que se propone desde el mindfulness es que observemos los pensamientos con atención sin fundirnos, sin con-fundirnos sin identificarnos con ellos, que nos demos cuenta de los efectos que tienen cuando surgen en nuestro cuerpo y en la conducta que nos inspiran, y que aprendamos a soltarlos para no quedar absortos en esa realidad virtual que crean. Eso requiere mucho coraje y no menos autocompasión. Pero los efectos son tan liberadores, que muchos pensamos que intentarlo merece la pena.
Hasta el próximo domingo. Feliz semana!
Quin aprenentatge més difícil! Perquè al capdavall es tracta també de desaprendre. Però és cert, tens raó, val la pena. I, malgrat la dificultat, amb allò que aprens a poc a poc i dia a dia albires que es pot assolir la calma personal plena d’emocions.
Moltes gràcies per les teues reflexions i per seguir acompanyant-me setmana darrere setmana.
Yo, para esta adicción del pensar empedernidamente, recomiendo un perro.
Posología: Tres paseos al día bien intensos, a poder ser en entorno natural. La mirada, arriba y abajo: Nubes, rastros, hojas secas, aromas, azules, ocres, piar entre ramas, perras, saltamontes, etc. etc.
Tu collage es profundo como un abismo.
Siempre, gracias.
Me alegra saber lo que opinas del Collage. Dicho por ti, es más que mucho. Un abrazo al Tíbet de mi parte, que ya echo de menos acompañaros en algún paseo-aventura de esos vuestros