Maggie es una mujer soltera que elabora un plan para lograr su sueño: quiere un bebé y criarlo sin las complicaciones de tener a un hombre en su vida. La estrategia descarrila cuando se enamora de John, que, a su vez, decide romper su volátil matrimonio con la brillante y difícil Georgette y formar una nueva familia con Maggie. Una hija en común y tres años después, Maggie se ha desenamorado y se encuentra ante un nuevo interrogante: ¿qué se puede hacer cuando sospechas que tu compañero y su ex-esposa son realmente perfectos uno para otro? Desde su candidez, y siguiendo su tendencia a cumplir con vehemencia sus anhelos, traza otro plan para seguir moviendo las fichas del juego.
Ese es el argumento de la película titulada, como no podría ser de otro modo, “The Maggies’s plan”. En el fondo, la película es una fábula sobre la falacia de querer engañar al destino (si se cree en él), y sobre las consecuencias de aspirar a hipercontrolar la vida propia y las ajenas, aunque sea con la mejor voluntad. Cuando la vi la semana pasada, me pareció una divertida comedia más, ideal para pasar el rato. Lo que no esperaba es que me despertase los interrogantes que voy a resumir en una sola pregunta:
¿Cómo lograr satisfacer nuestras necesidades y conseguir nuestros sueños sin arrasar como un tractor embalado removiendo el terreno y arramblando con lo que pille por delante, ni esperar que la vida nos traiga lo que queremos a través de un servicio de mensajería puerta a puerta?
No es evidente dónde está el equilibrio. Necesitamos deseos y sueños para vivir y nada puede eximirnos de la responsabilidad pasar a la acción y hacer todo lo posible por lograrlos… y a la vez, no somos omnipotentes ni estamos solos. No hay recetas para lograr ese equilibrio: no se puede enseñar, se tiene que aprender. Se puede aprender. Y para ello la Psicología nos da algunas pistas señalando tres escudos que nos hacen más resistentes ante los avatares de la vida: el compromiso, el control y el reto.
- El compromiso implica respetar y valorarse uno mismo, lo que uno hace y en sentido amplio de lo que conforma su vida. Supone la participación e implicación activa en el trabajo, las relaciones y la comunidad. Es lo contrario del abandono, del desinterés y del descuido. Se refleja en el hecho de tener metas y propósitos que se consideran importantes, confianza en la capacidad personal para tomar decisiones, valores que se respetan y un sentimiento de pertenencia o de corporación.
- El control supone la tendencia a pensar y actuar con la convicción de que uno puede influir –a veces más a veces menos- en el curso de los acontecimientos. No es omnipotencia ni prepotencia. No se trata de creer que uno puede controlar todo lo que ocurre en su vida y mucho menos en lo que los demás hagan, sino de tener el convencimiento de que siempre existe un cierto margen de maniobra personal sobre lo que nos ocurre. Es sobre todo un control interno. Esta característica supone el discernimiento entre lo que es posible y conveniente cambiar (interna o externamente: pensamientos o circunstancias) de lo que no lo es. El control implica la responsabilidad personal (¿cómo contribuyo yo a que se mantenga esta situación? ¿cómo puedo actuar para que mejore?) y se acompaña de un sentimiento de poder, opuesto a la indefensión y al victimismo ante la vida.
- El reto supone concebir el cambio como algo que, además de ineludible, encierra una oportunidad para el desarrollo y una fuente potencial de aprendizaje. Quienes poseen este rasgo reaccionan ante el cambio valorándolo como un desafío y se ven beneficiados directa e indirectamente. Directamente puesto que tienen menos emociones paralizantes como la tristeza o la preocupación que quienes en vez de ver el reto ven exclusivamente la pérdida o la amenaza de la situación. Indirectamente también se ven beneficiados, porque sus esfuerzos se dirigen a la búsqueda de soluciones y recursos, lo cual aumenta la probabilidad de lograr una resolución mas satisfactoria que con las rumiaciones que giran entorno a la pérdida o la amenaza.
Las metas egocéntricas llevan a usar a los otros como si fueran fichas en nuestra propia partida de damas y a acabar más solos que la Luna. El afán de logro a veces se convierte en avidez de logro y acaba en una insatisfacción permanente… Si quedarnos esperando la Sopa Boba puede acabar por desnutrir y debilitar nuestra vida, querer comerse el mundo puede acabar en un empacho de dimensiones planetarias. Como casi todo, es una cuestión de toma de conciencia de equilibrio: ¿hacia dónde navego? ¿me estoy escorando? ¿me estoy dejando llevar por la inercia? ¿me domina la tensión y el afán de gobernar lo ingobernable? ¿qué quiero? ¿qué puedo? ¿qué consecuencias puede tener para mí a corto plazo y a largo plazo? ¿y para los presuntos implicados?
Otra vez más, preguntas más que respuestas.
Más preguntas de las que cabe esperar después de ver una comedia ligera. Nunca se sabe lo que te va espera detrás de una pantalla de cine.
Hasta el próximo domingo, ¡feliz semana!
Collage: Zampavidas, Pepa PérezBlasco
Una reflexión muy profunda, Pepa. Sin dudas que la meditación me ayuda muchísimo a encontrar ese equilibrio diariamente.
Un abrazo!
Un abrazo, Melisa. Feliz semana, y… gracias!