Coraje es zambullirse, dejar de mojarse sólo los pies y saltar al agua en la que uno está deseando nadar. Con cada chapuzón, se aprende que los monstruos no tienen poder alguno para impedirnos el salto y que muchas veces se quedan en la orilla cuando nos lanzamos. La palabra coraje proviene de la raíz latina, cor, que quiere decir corazón. Vivir con coraje es vivir aceptando la inseguridad inherente de nuestra existencia, vivir con apertura, con confianza, con amor a la vida, con corazón; es adentrarse en lo desconocido, soltando el pasado y permitiendo el futuro.
El miedo, que es libre, se expande por todas las áreas de nuestra vida y por supuesto llega al mundo de los afectos íntimos donde no hace más que complicarnos la existencia.
Amar es sufrir. Para evitar el sufrimiento se debe no amar. Pero entonces se sufre por no amar. Luego, amar es sufrir, y no amar es sufrir. Sufrir es sufrir. Ser feliz es amar. Ser feliz es, por tanto, sufrir. Pero sufrir hace que uno no sea feliz. Así, para no ser feliz, se debe amar, o amar para sufrir, o sufrir de demasiada felicidad. Y dejémoslo que es un lío.
Se ha dicho que el cerebro humano es una máquina de anticipar. Sin darnos cuenta, usamos las experiencias pasadas para filtrar y formatear nuestras percepciones e interpretaciones, que, de este modo, resultan sesgadas. Ese sesgo además de inconsciente, tiende a ser negativo la mayor parte de las veces -la evolución ha favorecido la supervivencia de la especie a costa de nuestro miedo y malestar como individuos-. Es decir, tomamos nuestras percepciones e interpretaciones como fiel reflejo de la realidad externa sin cuestionarlas; en consecuencia, se van haciendo rígidas y automáticas, y, como tienden a ser negativas, dan lugar a ansiedad y miedos muchas veces injustificados.
Somos seres sociales y contar con vínculos estrechos y seguros es una necesidad primaria. El sentido de pertenencia y la intimidad son elementos clave en el desarrollo humano que con mucha frecuencia se viven con miedo al rechazo, a ser heridos, a no recibir reconocimiento y a no ser queridos. Sobre todo si arrastramos heridas emocionales del pasado.
Uno de los beneficios demostrados del mindfulness es que nos ayuda a identificar sesgos y a reconocer, aceptar y aprender a vivir con la incertidumbre y la impermanencia. Además, especialmente cuando la práctica incluye el ejercicio de la compasión, la autocompasión y la bondad amorosa, refuerza el sentido de pertenencia y mejora las relaciones interpersonales haciéndolas más equilibradas, libres, respetuosas y solidarias.
Así que, no se trata tanto de luchar contra nuestro miedo ni contra nuestros sesgos, como de ser conscientes de esos miedos y sesgos, aceptarlos como parte de la experiencia humana y, a pesar de ellos y con ellos, crear y cuidar nuestros vínculos. Nada puede garantizar que las relaciones sean eternas, pero parece razonable pensar que si se cuidan, la probabilidad de que duren y sean satisfactorias, siempre será mayor.
Les dejo con el final de Annie Hall. Espero que lo disfruten, tal vez incluso que vean de nuevo esta genial película, y si saben de algo mejor en cine sobre las relaciones de pareja, díganmelo.
¡Feliz semana!
… y recordé aquel viejo chiste, aquel del tipo que va al psiquiatra y le dice: Doctor, mi hermano está loco cree que es una gallina. Y el doctor responde: ¿Pues por qué no lo mete en un manicomio? Y el tipo le dice: Lo haría, pero necesito los huevos. Pues, eso más o menos es lo que pienso sobre las relaciones humanas, saben, son totalmente irracionales y locas y absurdas, pero supongo que continuamos manteniéndolas porque la mayoría necesitamos los huevos.
Vídeos: La última noche de Boris Grushenko (Woody Allen, 1975) y Annie Hall (Woody Allen, 1977)
Collage: Zambullida, Pepa PérezBlasco
TERRIFIC AS ALWAYS!! HAVE A NICE WEEKEND WITH LOVE IF IT.S POSSIBLE, MY DARLING.
Thanks, my teacher