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¡Maldito San Valentín!

19 febrero, 2017 - Desarrollo saludable

Me crié oyendo boleros en la radio con la voz de mi madre y de mi tía haciendo un coro al que muy pronto me uní. Mi abuela, una mujer estoica, pragmática e independiente donde las haya, que me previno a su manera contra el pernicioso efecto de los mitos del amor romántico que transmitían las novelas, cuando se entusiasmaba cosiendo a ritmo del pedal de su Singer, cantaba absorta cuplés de Raquel Meyer, que, por supuesto, también aprendí y aún puedo tararear. Con esos mimbres se urdió el fondo de mi educación sentimental. El modelo de amor del patriarcado y el amor romántico como trampa psico-social son temas que me han ocupado durante gran parte de mi vida profesional y personal y a los que vuelvo una y otra vez, matizando mi punto de vista. Porque todo es una dialéctica, porque las experiencias propias y las vicarias nos llevan a acomodar nuestros esquemas.

Lo digo ya: no me gusta nada la fiesta de San Valentín y estoy convencida de que los mitos del amor romántico idealizado y transmitido por las canciones, el cine y la literatura han hecho mucho daño en nuestras vidas. Nuestra cultura ha transmitido una visión del amor en el que una serie de círculos viciosos de luchas de poder y dependencia giran en torno al mismo eje narrativo: la promesa de una resolución y final feliz. No me gusta San Valentín, y creo que el ideal de amor en el que hemos crecido genera muchas frustraciones y dolor innecesarios, pero a la vez soy una militante defensora de los vínculos amorosos, la pareja incluida.

Te quiero en el ayer,

en el mañana,

en el escuálido ahora.

Te quiero sin querer,

sin calendarios

que desguacen la aurora.

Te quiero entre huracanes,

entre silencios y noviembres.

Te quiero sin querer,

nunca, aún, todavía, siempre.

Sharif Fernández, «Maldito San Valentín»

¿Quién quiere una vida sin amor? El problema no es el amor, ni siquiera el enamoramiento. El problema es la idealización del amor y tomarse los boleros como guión de vida. El problema es intentar que la realidad se acople a los mitos: el amor todo lo puede y todo lo perdona, sin pareja estamos incompletos, sin ti no soy nada, existe una media naranja y sólo una media naranja para mi… El problema, una vez más, es priorizar lo que creemos que debería ser a lo que es, y además, hacerlo rígidamente.

La teoría del apego  trata de explicar por qué los seres humanos tienen la tendencia a buscar seguridad y estabilidad emocional en relaciones interpersonales íntimas, específicas y duraderas. A partir de los resultados de las investigaciones, desde hace ya bastantes décadas, se considera demostrado que los cuidados que reciben los bebés condiciona el tipo de relaciones que entablan con los otros, la imagen que elaboran de sí mismos y la confianza con la que exploran y se adentran en el mundo. Todos necesitamos y creamos vínculos, pero todos los vínculos no son igual de saludables ni nos facilitan en igual medida una vida feliz y plena. Afortunadamente, la mayoría de los niños desarrolla un apego seguro, aún así, una buena parte de la población, tiene un apego inseguro.

¿Cómo se gesta un apego seguro? Cuando los cuidadores son sensibles a las necesidades  infantiles y proporcionan un trato cálido y cercano sin ser sobreprotectores ni intrusivos, los niños aprenden a confiar en que pueden contar con ellos, y a ellos acuden cuando se sienten vulnerables en busca de protección con la confianza de que estarán disponibles. A las personas con apego seguro les resulta fácil intimar con los demás y tienden a ser más cálidas y cercanas en sus relaciones, y, puesto que también tienden a tener una imagen de si mismas como capaces y «amables» se sienten cómodos tanto cuando están solos como cuando se involucran en relaciones de interdependencia sin mostar especial temor ni al abandono ni al compromiso.

Un cuidado inconsistente, es decir, cuando los padres a veces son sensibles y coherentes con las necesidades del niño y otras no, genera un vínculo ansioso-ambivalente. El niño muy pronto se da cuenta de que no puede confiar en si será bien atendido o no, si podrá contar o no con el cuidado que necesita. Estos niños se angustian mucho cuando se separan del cuidador y, en el reencuentro, se muestran enojados y resistentes al consuelo. Más adelante, son personas que anhelan la proximidad y la intimidad, pero parece como si nunca fuera suficiente para sentirse seguros respecto a los otros. La idea que desarrollan de sí mismos está basada en la carencia: sin ti no soy nada, pero al mismo tiempo, la idea que tienen del otro es: no te tengo lo suficiente y tarde o temprano me vas a dejar. De hecho, suelen quejarse de que el otro no se compromete bastante, se preocupan mucho porque sus parejas dejen de quererles y sienten un fuerte temor a la ruptura.

Hay otro tipo de apego inseguro que se llama evitativo; se llama así porque la persona huye de la cercanía y la intimidad. Se observa en ciertos niños que no buscan al cuidador aun cuando se encuentren en alguna situación que les angustia. En este caso, los cuidadores suelen ser distantes y fríos, poco disponibles emocionalmente, incluso pueden mostrar rechazo y hostilidad; esto que explica que el niño haya aprendido a no tener expectativas de obtener la calidez y ayuda que necesita y a encerrarse y aislarse. Más adelante, estas personas tenderán a seguir sintiendo inseguridad cuando están con otros y preferirán mantenerse distanciados rechazando la intimidad y la interdependecia. En las relaciones adultas se distinguen dos subtipos de apego evitativo: el de quien desea el contacto pero teme sufrir en la cercanía –quiero cercanía, pero, ¿y si me hacen daño?. y el que parece como si hubiera dimitido de las relaciones cercanas y las desvaloriza –no quiero ni necesito que nadie dependa de mi ni depender de nadie-.

Las investigaciones demuestran que hay una tendencia a reproducir el estilo predominante de nuestra infancia en las relaciones que entablamos el resto de nuestra vida. Pero tendencia no es determinación. Los vínculos que vamos entablando con los años, ya sean de amistad o de pareja, y la forma en que evoluciona nuestra relación en el seno de la familia, pueden intensificar o modificar nuestro estilo original de apego.

Necesitamos tanto la conexión con los otros como sentirnos libres y autónomos, y eso no es una contradicción como podría parecer a simple vista. De hecho, los vínculos saludables nos hacen libres porque nos dan confianza y actúan como una plataforma de seguridad desde la que abrirse y salir al mundo. Esto es así en los bebés y no dejan de serlo durante toda la vida.

¿Quién ha dicho que no existe un amor feliz?

Que quienes no conocen el amor feliz
sigan afirmando que no existe un amor feliz en ningún sitio del mundo.

Con esa creencia les será más fácil vivir y también morir. Wislawa Szymborska

Me despido hasta el próximo domingo con una canción, Contigo, de La Otra (dejo los boleros para otro día).

¡Feliz semana!

Collage: Seguro, seguro, Pepa PérezBlasco

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Comments

  1. Xelo Peris says

    19 febrero, 2017 at 14:45

    Magnífico análisis!! Desgraciadamente el concepto «consumista del amor» lleva a muchas personas a necesitar ayuda profesional cuando se crean dependencias amorosas que sólo producen infelicidad. Me ha encantado la canción. Gracias y feliz semana!!

    Responder
    • Pepa Pérez Blasco says

      20 febrero, 2017 at 19:51

      Querida Xelo: gracias! Una vez más, estamos de acuerdo. La canción es muy buena, me encanta la voz, y la letra todavía más. Un beso

      Responder
  2. Melisa says

    20 febrero, 2017 at 04:41

    Un placer leerte, Pepa, como cada domingo.
    Gracias!!!
    Un abrazo viajero.

    Responder
    • Pepa Pérez Blasco says

      20 febrero, 2017 at 19:48

      Un abrazo Melosa! Gracias!

      Responder

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